• SABÍAS QUE...
    • De cada 3 litros de leche que se producen en Chile 1 proviene de la Región de Los Ríos
    • El consumo de lácteos en Chile bordea los 150 litros per cápita
    • Río Bueno es la comuna que más leche produce en Chile (15%)

Envases activos e inteligentes: una visión de futuro

Una autentica revolución tecnológica está a punto de llegar a la industria del envase y el embalaje. Envases que controlan la temperatura, etiquetas inteligentes, agentes antibacterianos, nanosensores que permiten la detección de gérmenes, nanochips, hologramas de seguridad… Estas son algunas de las nuevas innovaciones que se encuentran cada vez más cerca de los supermercados, ¿os habéis encontrado con alguna?

Cuando éramos pequeños soñábamos con embalajes de alimentos que llevasen en el interior algún tipo de regalo como tatuajes, muñecos, cromos… Pero, ¿alguna vez te habías topado con pequeñas bolsitas blancas denominadas “sachet”, como las que encontramos en los zapatos con las palabras “no ingerir”? Hoy en día es posible.

Y no solo lo que va en el interior está cambiando. La sociedad actual demanda envases creativos, sostenibles y más funcionales. El crecimiento en el consumo de platos preparados hace que se demanden cada vez más recipientes que sean fáciles de transportar y abrir, resistan al calor de los microondas, sirvan de plato y puedan cerrarse una vez abiertos. Cada vez es más frecuente encontrarnos en los supermercados envases activos o inteligentes. Estos nuevos embalajes ofrecen un gran abanico de posibilidades, y se les ha considerado como la próxima generación en el área de “packaging”. Pero, ¿de qué estamos hablando concretamente? Para comprender su funcionamiento y las ventajas que pueden ofrecer frente a los envases tradicionales, es fundamental aclarar primero el significado de estos conceptos y distinguir entre ellos.

Los envases tradicionales realizan la función básica de contenedores de alimentos, y los protegen del ambiente exterior, evitando así su deterioro por acción de distintos factores ambientales como luz, humedad, gases, microorganismos, polvo, suciedad y otros contaminantes. Además, contienen importante información sobre el producto alimenticio, e indican su forma de preparación y su composición nutricional.

Los envases activos pueden considerarse como “envases en los cuales se han incluido deliberadamente componentes secundarios (agentes o elementos activos) para mejorar las condiciones de conservación del alimento y prolongar su vida útil”. El envase participa activamente en la conservación del producto y en mantener o potenciar sus propiedades organolépticas, bien absorbiendo compuestos que deterioran el producto o bien emitiendo sustancias que ayudan a su conservación.

Por otro lado, los envases inteligentes son “aquellos que contienen indicadores externos o internos para proporcionar información acerca de la historia de envase y/o de las propiedades y el estado del alimento envasado” Habitualmente incorporan dispositivos que son sensibles a los cambios de temperatura, composición gaseosa o modificaciones biológicas, y son capaces de comunicar estos cambios al consumidor. Por tanto, mientras que los envases activos incorporan medios para mantener las condiciones adecuadas de conservación de los productos, mejorando sus características mecánicas o sus propiedades barrera frente a los factores externos, los envases inteligentes facilitan la monitorización de la calidad de los productos, bien directa o indirectamente. Los primeros envases activos se remontan a las antiguas culturas mesopotámicas, donde se encontraron restos de recipientes similares al actual “botijo”, que es un envase “auto-enfriable” basado en la refrigeración por evaporación. El botijo está hecho de una arcilla muy porosa por la que se filtra el agua que contiene en el interior, y al entrar en contacto con el ambiente seco exterior se evapora. Para pasar al estado gas, el agua necesita calor que toma del líquido del interior, bajando así su temperatura.